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Nunca he escrito nada para él

Nunca he escrito nada para él. Tampoco recuerdo si fue personaje de alguna historia. Busco en mi computador, en los relatos aburridos y mal escritos del principio, en aquellos imperfectos y desoladores, incluso en los textos más tristes, y tampoco veo ni el menor rastro de su presencia. Ni que decir de su ausencia. Como detective, al estilo de mi amigo Roberto, pienso indagar en los textos alegres, los felices. Gasto mucho tiempo buscándolos, hasta que me doy por vencido,

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El baile de las enanas – Un cuento de Eduardo Contreras

I La primera vez que vi ese cuadro del Cabaret de Magallanes, me acordé del famoso chiste de la mujer ideal: «tiene que ser enana, como de esta altura (la mano indica una elevación al nivel de la pelvis y al interlocutor se le dibuja una sonrisa, no tener dientes (carcajadas), y tener las orejas grandes y la cabeza plana (más risas y la típica pregunta sobre la utilidad de la planicie en la testa)». Luego de recordar la chirigota,

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La partida – Un cuento de Cecilia Aravena

Luis Alberto evocó en el frío Santiago de Chile, el conjunto de montañas que rodea Caracas, imaginó el Pico del Ávila, su selva nublada, los árboles gigantes, repletos de orquídeas y cortinas de helechos. Creyó sentir la humedad y ver las palmeras agitadas por el viento de las altas montañas. Tragó saliva, volvió a la realidad. Se encaminaba hacia la posibilidad de un trabajo, el primero en meses. Su título de ingeniero no le había servido para nada, pero medir

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Yo maté a Poli Délano

I ¿Qué hora es? Las dos de la mañana ¿Y tú qué haces acá a esta hora? Vengo a matarte. ¿Me estás hueviando? No, no te estoy hueviando, esta mañana me pediste eso, ¿O no? Sí ¿O te arrepentiste? Porque si te arrepentiste, dímelo y me voy de este hospital. No, no, por favor, procedamos, dime ¿Cuál es la fórmula? No lo sé, solo vine a matarte, no pensé cómo. Ah, no, esa no es la idea. ¿Y cuál es

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Dormir menos y estar más alerta

Pasamos los primeros cinco días de cuarentena voluntaria, en el departamento, los tres sin más compañía. Apenas se supo del primer caso de Coronavirus en Chile, las empresas para las que éramos empleados decidieron cerrar las oficinas y permitirnos, o en realidad obligarnos, trabajar desde la casa. El aviso repentino no nos dejó espacio de planificación. Fueron, por lo mismo, días cuyo orden emergió de la desorientación, de la búsqueda perenne de una nueva rutina que funcionara, en la que

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